¿Qué hacer si tengo conflictos con mi socio?

 

Luis es un emprendedor que tiene algunos años en una sociedad. No le ha ido mal, aunque las ventas y las utilidades se han visto disminuidas con respecto al nivel que tenían hace tan sólo dos años.

Además, últimamente ha notado que las diferencias con su socio se han convertido en reales pleitos; el trato se ha vuelto áspero y los acuerdos difíciles de lograr. Incluso, ha habido momentos de actitudes ofensivas e insultos por parte su socio hacia él.

Luis, ya harto de la situación, ha llegado a pensar en vender sus acciones a su socio y romper con él definitivamente. Pero al final no quiere echar por la borda tantos años de sociedad exitosa. Por eso, asiste a su sesión de coaching con la esperanza de resolver este tema.

El primer paso es describir la situación actual por la que atraviesa Luis. Percibo una gran carga emocional a lo largo de toda la sesión, especialmente cuando recuerda o hace referencia a los diálogos que ha sostenido con su socio.

Durante los primeros minutos trabajamos en identificar el objetivo de la sesión, ya que el coachee fluctúa entre mejorar la relación con su socio o romper la sociedad para siempre. Finalmente, se opta por la primera alternativa y con un objetivo específico: que Luis se lleve al menos una técnica o estrategia personal para tranquilizarse ante la actitud agresiva de su socio hacia él.

Luego procedemos a explorar las soluciones con las que Luis intentó componer la situación y que resultaron fallidas, tratando de encontrar un patrón común en las mismas. Entonces descubro creencias importantes que han gobernado el comportamiento de mi cliente, tal como que «la situación no se puede componer, habría que nacer de nuevo»; «el éxito está relacionado con el dinero» y «dejar de tener es perder».

También identificamos juntos valores importantes para él, como el reconocimiento profesional, el nombre o prestigio y el dinero. Asimismo, hace declaraciones importantes acerca de sus emociones básicas («No tengo rencor, tengo temor») y su identidad («soy un vejete, (…) ya estoy cansado» y «soy un perfecto malvado en piel de oveja»).

Así notó que Luis tiene muy instalada la creencia limitante de no saber qué hacer (“por eso estoy aquí”, repite todo el tiempo) y aun así, habla en términos muy generales y abstractos, reservándose demasiada información cuando le pido algún ejemplo concreto sobre determinado problema («prefiero no dar ejemplos», dice continuamente).

La sesión dura poco más de una hora y media y no es sino hasta el final, después de mucha exploración de creencias, soluciones propuestas y posibilidades que logro que el cliente se dé cuenta de la posibilidad de estar en una relación de víctima-perseguidor, donde él es la víctima.

Es decir, ¿puede Luis estar causando ese diálogo conflictivo entre su socio y él o, al menos, jugando ese juego en el que su socio tiene ínfulas de superioridad y por lo tanto, lo agrede?

La sesión concluye con el compromiso de mi cliente de realizar dos tareas: 1) reflexionar y observar durante sus próximas conversaciones con su socio si él provoca alguna conducta determinada en aquél, y 2) analizar que cuando toma el papel de víctima se resigna con la situación, en vez de aceptar la realidad y tomar acciones para resolverla.

Al final de la sesión, a Luis le queda muy claro que se está asumiendo un rol sufriente y que así, paralizado, no logrará resolver la situación ni alcanzar sus objetivos.

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